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Efectos del trauma ancestral silenciado

Efectos del trauma ancestral silenciado

Por Pilar del Rey, Eva Rodríguez, Ana Sáncer y Núria Tayó - 1 de Octubre de 2019

«El hombre no sólo es gobernado por su inconsciente, sino por el inconsciente de otros» afirmaron Roberto Losso y Ana Packciarz Losso en "La fantasía inconsciente compartida familiar de elaboración transgeneracional" (2007). Así pues, es innegable que la herencia que recibimos de nuestros antepasados conlleva un peso importante que, sin ser conscientes de ello, nos configura como seres humanos y determina muchos de nuestros actos y experiencias actuales.

Las experiencias de nuestros abuelos dejan una marca en los genes

Hasta ahora, se creía que llegábamos a la vida con una información genética prefijada e inalterable que detallaba nuestros componentes, su orden y función, cómo teníamos que ser y de qué teníamos que padecer. Actualmente, se sabe que no es así. Cada vez más estudios (Yehuda et al., 1998; Weaver et al., 2004; Skinner, Meaney M. y Szyf, M. en PLOS ONE, Reproductive Toxicology y Science Direct) demuestran que muchas de las influencias ambientales pueden provocar cambios en los genes, alterar el ADN y, posteriormente, transmitir esas alteraciones a nuestros descendientes.

Buena parte del funcionamiento de nuestro organismo depende de que determinados genes se activen o no.

Recientemente, la epigenética ha confirmado la poderosa influencia que el estrés, la alimentación o los tóxicos medioambientales tienen sobre la activación de genes concretos y cómo estos generan cambios en tres o más generaciones posteriores.

Si la dieta y los productos tóxicos pueden causar cambios epigenéticos, ¿podrían experiencias como abusos, estrés postraumático, maltrato infantil o duelos no realizados desencadenar también cambios epigenéticos en el ADN, en las neuronas cerebrales?

Estas cuestiones resultaron ser la base de un nuevo campo, la conducta epigenética, ahora tan efervescente, que ha generado decenas de estudios y ha sugerido nuevos tratamientos para restablecer problemas del sistema nervioso.
Entre dichos estudios destaca el de Michael Skinner, biólogo molecular, en el que afirma que las experiencias de vida de los abuelos, e incluso los bisabuelos, modifican sus óvulos y espermatozoides de manera tan indeleble que el cambio pasa a sus hijos, nietos y bisnietos, según un fenómeno hoy conocido como «herencia epigenética transgeneracional». Es decir, cualquier factor ambiental que influya en la salud física y emocional no sólo afectará al individuo expuesto al factor, sino también a su descendencia.

Otros estudios sobre la conducta epigenética realizados por Michael Meanly, neurólogo y psiquiatra biológico, demuestran cómo experiencias traumáticas de nuestro pasado, o del pasado de nuestros ancestros, dejan marcas moleculares adheridas a nuestro ADN. Es decir, podemos heredar no sólo las rodillas frágiles de una abuela, sino también una predisposición a la depresión causada por un duelo que no fue realizado.

La herencia transgeneracional

El concepto transgeneracional hace referencia a la cadena de transmisión de significaciones que se lega de generación en generación y que abarca ideales, mitos, modelos identificatorios y enunciados discursivos que involucran lo dicho, pero también lo silenciado.

En los años 1970, un grupo de psicoanalistas entre los que se encontraban Nicolas Abraham, Mária Török, Françoise Dolto, Anne Ancellin Shützenberger y Didier Dumas, se reunía todas las semanas para hablar e investigar sobre este tema. Nicolas Abraham y Mária Török trabajaban en el Hospital Psiquíatrico de París y tuvieron la idea de analizar el relato de los delirios que presentaban los niños psicóticos. Al contrastar el delirio con los padres del enfermo observaron que, en todo delirio, había aspectos reales y otros completamente delirantes. A partir de aquel momento trabajaron con la hipótesis de que, en realidad, el niño presentaba una problemática familiar transgeneracional. Entonces empezaron a hablar del «inconsciente del clan», el inconsciente familiar: el niño que deliraba era el representante de una carga emocional ajena.

La herencia psíquica no se da solamente entre una madre o un padre y su hijo, en cuyo caso se trataría de la influencia intergeneracional, sino que también existen influencias de generaciones anteriores en el desarrollo y en la estructuración psíquica de un nuevo ser; en este último caso, es cuando hablaríamos de la influencia o herencia transgeneracional.

Es decir, lo transgeneracional comprende aquella información inconsciente que el clan familiar transmite a toda su progenie para que un conflicto silenciado en la familia se pueda resolver en generaciones posteriores.

En consecuencia, en el análisis transgeneracional se tiene en cuenta el proceso psíquico genealógico del paciente y se pretende poner en perspectiva la historia de la familia y comprenderla, que la persona asuma el rol que le corresponde para resolver de este modo las situaciones excluidas de la conciencia familiar y las creencias que las sostienen.

La noción de trauma

Desde el punto de vista transgeneracional, el trauma se entiende como un vestigio de un hecho doloroso o vergonzoso del pasado que se propaga por todo el árbol genealógico para que el miembro de la familia sobre el cual ha recaído toda esa carga pueda elaborarlo.

Cuando en una familia se producen acontecimientos traumáticos importantes, éstos se mantienen vivos de manera inconsciente y se transmiten a la descendencia si los que sobreviven no hablan de ello.

Entendemos por «acontecimientos traumáticos»: suicidios, asesinatos, muertes inexplicables, duelos no realizados, incestos, violaciones, infidelidades, deseos no reconocidos, así como las emociones relacionadas con estas experiencias.

El efecto de lo no dicho en las diferentes generaciones

Estas cargas ancestrales son el residuo del suceso traumático silenciado, que se va transformando y afecta de manera diferente a las posteriores generaciones:

En la primera generación, ocurre un hecho que no se puede expresar por diferentes motivos, entre otros, vergüenza, horror, represión o sufrimiento excesivo. Al no poder hablar de ello, la experiencia no se elabora y se mantiene presente psíquicamente en la persona que la ha vivido. El contenido se confina y queda encriptado en el yo, condenado a convertirse en secreto, en un indecible que nunca debe ser revelado y del que no se puede hablar debido al dolor y la culpa que evocaría.

En la segunda generación, el secreto no puede ser objeto de representación verbal. El suceso se vuelve innombrable ya que el portador de éste tiene un conocimiento intuitivo de su existencia, pero ignora el contenido. Se podría hablar de una «herencia sin testamento», un legado recibido que no ha sido aceptado.

Por último, en la tercera generación se convierte en impensable, algo que existe pero es inaccesible a la conciencia; nadie se lo puede imaginar. Puesto que los ascendientes no han nombrado dichas experiencias traumáticas ni sus consecuencias emocionales, éstas no pueden ser objeto de ninguna representación verbal en los descendientes. Este hecho puede conducir a una ausencia de simbolización.

Posibles conexiones con el psicoanálisis

Las posibles vías de transmisión del trauma silenciado se han estudiado desde enfoques diferentes cuyas resoluciones no muestran una idea unificada. Entre este abanico de posibilidades, nos hemos centrado, según lo que apunta Silvia Nussbaum, en la «identificación alienante».

La identificación alienante acontece cuando se produce la repetición de una vivencia traumática de un ascendiente. Esta identificación es alienante porque el sujeto que repite no sabe lo que repite y se apropia de un trauma inconsciente no elaborado que le despoja de la posibilidad de acceder a su identidad y a su propia historización.

Abraham y Török (1978) señalan que las palabras que no pudieron ser dichas, las escenas que no pudieron ser rememoradas, las lágrimas que no pudieron ser vertidas, son conservadas en secreto, aunque quedan encriptadas. El síntoma busca abrir el secreto y a la vez mantenerlo en silencio. Según estos autores, la necesidad de mantener el secreto obedece a una lealtad inconsciente con el objeto de amor, el ancestro (el padre, la madre, o un antepasado) puesto que su revelación provocaría un sentimiento de culpa en el descendiente.

La repetición como intento de elaboración

El concepto de repetición sostenido por la teoría transgeneracional mantiene ciertos nexos con la explicación de repetición que expone Freud en los dos textos siguientes:

En el primero, "Recordar, repetir y reelaborar" (1914), se observa que el síntoma, que es impensable, se repite como intento de elaboración. Podemos suponer que el portador del secreto repite parcialmente las situaciones silenciadas.

Y en el segundo, "Más allá del principio de placer" (1921), la repetición queda patente en la «compulsión de repetición», derivada de la necesidad del psiquismo de repetir la situación traumática no elaborada. Por esta razón, el trauma regresa una y otra vez de forma inconsciente mediante síntomas o sueños traumáticos.

Basándonos en estas dos ideas, observamos que hay una similitud entre el concepto de repetición apuntado por Freud y la repetición transgeneracional. En este último caso, la repetición acontece entre generaciones y no sólo durante la vida del sujeto; en cada repetición hay algo nuevo, un intento fallido de elaboración.

Conclusiones

Sólo mediante una toma de conciencia se pueden elaborar aquellas cargas heredadas y liberarlas posteriormente, con la intención de dejar sitio, poder soltar aquello que quedó encriptado en un periodo anterior, para que, de esta manera, entre algo nuevo, el vacío. Tal como lo definen los antiguos chinos, no se trataría de una ausencia, sino de la idea de dejar sitio para permitir que la novedad aparezca. Eso es el vacío: no se puede añadir agua a un jarrón ya lleno.

Todos pertenecemos a una tercera o cuarta generación y, por eso, invitamos a romper lo silenciado, luchar contra la invisibilidad y recuperar lo no dicho para elaborarlo y, desde ese relato, poder seguir adelante.

Autoras: Pilar del Rey, Eva Rodríguez, Ana Sáncer y Núria Tayó
Fuente: Síntesis de una investigación presentada en Espacio Psicoanalítico de Barcelona

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